
Estas líneas que leerás a continuación serán en honor a “Ciudadano Kane”, una de las mejores películas de todos los tiempos (The Hollywood Reporter la eligió la tercera mejor película de la historia del cine, tras entrevistar a más de 2.000 profesionales del mundo del cine y la televisión y Roger Evert, primer crítico de cine en recibir el premio Pulitzer, la consideraba la mejor película de la historia).
Ciudadano Kane está inspirada en la vida de William Randolph Hearst, periodista, editor, político, propietario de una amplia cadena de periódicos norteamericanos y una de las personas más influyentes (y más ricas) del siglo XX. De familia de nuevos ricos (su padre descubrió una mina de plata en California), tras ser expulsado de Harvard, trabaja de aprendiz de reportero en el “Boston Globe” y “New York World”. Pero cuando su padre es elegido senador, ya se convierte en director del “San Francisco Examiner” y, posteriormente, el “Morning Journal” de Nueva York. De aprendiz a director no es mala carrera, no.
Pero William Hearst era brillante y sin escrúpulos. Revolucionó el periodismo norteamericano, introduciendo los grandes titulares y la fotografía en la prensa. Se le considera el padre del amarillismo periodístico, con noticias sensacionalistas, catástrofes, crímenes… Se cuenta en los mentideros de Times Square, que Belén Esteban probablemente ya fue amante suya en la década de 1920 y Tele 5 lo celebra como su santo patrono.
A su muerte poseía 50 diarios, periódicos y revistas, entre las que destacan Cosmopolitan, Harper’s Bazaar y The Word Today. Pero su prepotencia, soberbia y desmesurado afán por los excesos, le llevaron a pasar los últimos años de su vida, prácticamente en absoluta reclusión en la mansión Xanadú en la película de Wells y que en la realidad se llamaba Hearst Castle. Por cierto, en Hearst Castle pasaron su luna de miel el presidente Kennedy y Jacqueline y fue vendida por 121 millones de euros en 2007, casi nada…).
Wells recrea la vida de este personaje de las finanzas norteamericanas con tanto realismo que Hearst trató de evitar que la película se estrenase y prohibió a sus periódicos que publicasen ninguna noticia sobre la película. Pero este berrinche no pudo impedir que Ciudadano Kane obtuviese un óscar (Wells tenía 26 años) y fuese nominada para otros nueve.
Llegados a este punto, sólo nos queda preguntarnos ¿por qué recomendar ver esta película a emprendedores (y yo también incluiría cualquier profesional)?
Al margen de la belleza y fuerza de las imágenes y su excelente ritmo e interpretación, que no pierde dramatismo y fuerza con el paso de los años (y han pasado 74), Orson Wells nos plantea una inquietante reflexión sobre el poder absoluto y la ambición sin límites. Una inteligente mirada sobre la soberbia, la tiranía y la pérdida de humanidad que con frecuencia conduce a los poderosos, cada uno en su nivel (desde los jefecillos, a los jefazos), a desgraciar a los demás, como miserable consuelo de saberse, como María de la O, unos tristes y patéticos “desgrasiaós”, teniéndolo “tó”.
Cierto es, que no espero que ningún poderoso (al nivel que sea) vaya a humanizarse por ver la película o leer el artículo aquí, en Televisando, pero es más que recomendable.
Por cierto, la clave es “Rosebud” ¿sabes a qué me refiero?