Jurassic World, el esperado regreso a la Isla Nublar

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Año 1993. El estreno de Parque Jurásico (adaptación de la novela de Michael Crichton), es el punto álgido de la dinomanía, el intenso romance entre humanos y dinosaurios que lo dominó absolutamente todo. Spielberg marcó la historia del cine con una película que cambió totalmente el concepto de promoción, y con su hechizo nos dejó pasmados mientras el sentido de la maravilla nos invadía al son de John Williams. Alan Grant fue niño otra vez al encontrarse con los braquisaurios, y todos fuimos Alan Grant.

Veintidós años después (parece mentira) volvemos a la Isla Nublar con Jurassic World (Colin Trevorrow), protagonizada por Chris Pratt, Bryce Dallas Howard y sus tacones. Las otras secuelas bajaron el listón hasta en un mero espectáculo de “ahora más grande”, perdiendo la magia del asombro. Jurassic World lo sabe y sabe que lo sabemos, pero no se corta al usar ese recurso. Sabe que el público de su parque, como el del cine, es distinto y quiere más, y Jurassic World te lo dice con una divertida autojustificación y al mismo tiempo una autoreferencia de toda la franquicia (y de todo el cine de acción en general): hay que darle al público más. Y por eso todo será más espectacular. El T-Rex, humillado en la segunda parte, es un viejo león enjaulado. Los velocirraptores ya son casi como de la familia. Pues diseñemos un dinosaurio nuevo: más grande y listo que ellos, y más cruel que los humanos. Loco, homicida, desenfrenado. Y soltémoslo por una isla con miles de visitantes.

Jurassic World está lleno de clichés que al reírse de sí mismos, funcionan. Tanto, que perdonamos los errores y simplemente nos dejamos llevar por la acción sin pausa hasta un final que guiña a los niños del 93. Ellos encontrarán muchas referencias a su querido Parque Jurásico, y disfrutarán mucho, pero no ya no lo verán mágico como entonces.

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